Van a dar las siete...


Ella es delgadita, tiene cabello negro y rebelde, y que siempre dice que tiene hambre.
Es de risa fácil y contagiosa, ríe mucho, de todo ya a cada momento, pero en el fondo su mirada denota tristeza.
Aunque si te fijas bien, verás que sus grandes ojos parecen despedir luz; siempre está dispuesta a ayudar a medio mundo, aún a costa de su gusto, y su a veces su tranquilidad.
Aunque ella cree que siempre tiene hambre, es como melancolía o soledad lo que siente; algunas veces por las tardes cuando despierta de la siesta, desde su balcón mira la ciudad entre la bruma y se piensa como en una historia, pero sabe que ella no puede ser Alicia pues su mundo es real, además ella responde a otro nombre.
Observa los autos pasar, los camiones, y piensa que los secretos mejores, la perfecta complicidad es entre dos, entre tres una confidencia no está segura y entre uno, no se disfruta.
Sentada, en la penumbra de su habitación, piensa si tal vez algún mago fabuloso de otro lugar, o un genio de una lámpara viniera a concederle un deseo pediría ser la bruja más malvada y poderosa que cuento alguno haya concebido.
Alguien que con solo pensarlo pudiera ser libre de toda atadura, de ir adonde sea, de ser quien sea y a la hora que sea, y no ser como una princesa que debe sonreír en todo momento, una damita que debe limpiar su habitación todas las mañanas antes de ir a clases, que debe alimentar Draco todas las tardes y sacarlo a pasear, alguien que tiene la consigna de ser la más pequeña y siempre tener que obedecer.
Quisiera ser alguien con el poder de mover esa montaña frente a su ventana y así poder ver el mar, conocer el mundo y navegar por todo lo que alcanza la vista y lo que no se alcanza a ver pero ella sabe que existe; pero no, el único poder que tiene es el de imaginar y a veces eso le basta.
Le gustaría tener brazos fuertes para mover cosas pesadas, piernas ágiles para correr más rápido, imagina todo mientras el lugar va quedando en silencio y entre sus pensamientos escucha unos pasos acercarse y se hace pequeña pero no tiembla cuando imagina unos ojos rojos, una boca pintada y un pelo ensortijado y de color brillante y sin nombre; piensa en esos dientes puntiagudos que la hacen sudar de angustia. Y siente miedo.
- No puede ser real de dice... - Y se acurruca más en la oscuridad. Es en esos momentos que quisiera que los héroes fueran de verdad, que vinieran a defenderla de su terror que surge de entre la niebla pero sabe que los héroes son personas ordinarias, jóvenes débiles y con frecuencia llenos de miedo e inseguridad, adolescentes que le temen tal vez más que lo que ella teme a los pasos resuenan al acercarse.
A lo lejos, oye a Draco ladrar a la nada, pero sabe que tampoco puede ayudarle porque simplemente no sabe como trepar una escalera, lo más que puede es avisar que algo pasa y aullar; los pasos se detienen... ella contiene la respiración... de pronto deja de sentir miedo... abre los ojos mira hacia su puerta y del otro lado escucha la voz de su madre:
- Niña se hace tarde para la escuela.

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Ilustración:
Otro payaso, 2008, 3"x3" pluma y color sobre papel.

Cinco


Leonardo acababa de cumplir los 30 años, era hijo único.
Nacido en una familia humilde en un pueblo olvidado en algún lugar de México; no le gustó ser pobre, por lo que emigró a la ciudad en busca de mejor vida.
Nunca se metió en problemas con drogas o con la autoridad; estudió en la ciudad de Monterrey, tenía muchos amigos pero muy en su interior vivía inconforme.
Trabajó desde pequeño en lo que pudo, prosperó, tuvo muchas novias, se casó con Celia, una de tantas; y aún recién casado, vivía molesto, mantuvo una novia en una ciudad cercana a donde vivía y una querida en su pueblo natal a donde iba a visitar de vez en cuando a sus padres.
Cierto día sin decir nada a sus amigos, abandonó trabajo, amigos, esposa, cruzó la frontera y se perdió por la unión americana.
A poco de llegado a Texas, se casó otra vez con Sally, una ruda norteamericana que mantenía un próspero rancho ganadero, y en secreto mantuvo amoríos con Dalila, una latina muy bonita que conoció en un salón de baile, pero aún persistía su inconformidad.
Fueron cinco disparos que acabaron con la inconformidad de Leonardo, cinco las balas de bajo calibre entraron por su espalda mientras dormía, cinco orificios por donde escapó su vida en forma de líquido rojo.
Se desangró en una habitación de hotel de carretera, acababa de cumplir 30 años y nunca nadie se enteró del motivo de la agresión.